miércoles, 14 de enero de 2009

LOS OLORES DE MI INFANCIA.-

El tiempo hace que poco a poco vayamos perdiendo algunos sentidos. Si de repente recuperara la vista y el oído que tenía a los diez años, me sorprendería y hasta me asustaría un poco. .

Recuerdo con emoción los olores de mi casa, mi escuela, mi vecindad y mi calle. Ellos me traen recuerdos entrañables de un tiempo -aunque difícil- absolutamente feliz.

En casa por la mañana olía a café con achicoria, a media mañana algunos días a cera, esa cera virgen que se daba con un palo en el suelo y que luego se abrillantaba con un cepillo. Al volver de la escuela a l mediodía, desde la puerta sabía que teníamos para comer. De los olores de la comida uno de los más apetitosos era el de las lentejas, más intenso y sugerente que el de las alubias o habas, legumbres habituales en nuestra dieta.

A primera hora de la tarde la cocina olía al vinagre que se mezclaba con piedra arenisca que obteníamos en los escombros y servía para la limpieza diaria de la “chapa” que era la encimera de la cocina llamada económica, esta era una de las labores duras del ama de casa.; también se podía utilizar el asperón que se vendía en las tiendas, pero este producto había que comprarlo y entonces se compraba solo lo imprescindible, este olor, muy peculiar, se suavizaba si se dejaban secar pieles de naranja y mandarina, junto al fuego.

El invierno nos traía olores deliciosos. El aroma de la “talua” - que se hinchaba al tostarse, se mezclaba con el olor especial que tenía la leña de acacia que ardía en la cocina, las manzanas asadas, las castañas cocidas etc.

Otro olor que recuerdo, es el del jabón de afeitar de mi padre, sobre todo el domingo por la mañana, cuando se afeitaba, cantando, frente al pequeño espejo que colgaba de un clavo en la cocina. También me gustaba el olor de algunos papeles, como el del calendario zaragozano y de la revista Zeruko Argía .El cuero de los zapatos nuevos olía a lujo.

De la escuela, recuerdo especialmente el olor de la tinta de los tinteros blancos de porcelana que estaban metidos en un orificio de los pupitres. El olor de la goma de pegar que llamábamos arábiga, me recordaba a las almendras y me gustaba el olor de la tiza, de los libros y cuadernos nuevos y de las perillas de San Juan que nos anunciaban las largas vacaciones.

En Sanmarciales de 1.946 mi madre me regaló un pequeño reloj de pulsera, que guardaba de “antes de la guerra”, tenía una correa de tela gastada que cambió por una de “plexiglas” que entonces era la novedad. Recuerdo que me sentía plenamente feliz , montada en los tiovivos que estaban en el solar vacío de la plaza San Juan , junto a la tienda de Petra Escalante, mirando la hora y oliendo la correa del reloj ¡ese si que era un olor nuevo!.

En Irún según la dirección del viento, había dos olores muy diferente; uno era el del cacao de Elgorriaga, que el aire nos traía de Mendibil y otro era el olor del canal que en. marea baja subía desde la zona de Santa Elena y la trasera de la calle Uranzu.

No se si decirlo pero…. ahí va. Me gustaba mucho el olor del incienso de las misas solemnes y de la función de vísperas, pero en cambio recuerdo con cierta repugnancia el olor que salía del confesionario. .A los doce años, teníamos que declarar- a veces inventando, -ya que algo había que decir- unos pecadillos insignificantes . El confesor, cerca, a través de la rejilla, con voz susurrante y aliento húmedo de dentadura vieja, paternalmente nos imponía una penitencia que consistía en rezar un Credo, un Padre Nuestro y tres Avemarías. Era una pesadilla la confesión mensual previa a la comunión de las Hijas de María.

El día de mi comunión solemne, el traje prestado de Luisita Bereciartúa , almidonado por Lorentxa ,estaba tieso y olía muy bien. Después de la comida especial y como mi padrino –el rico de la familia-me obsequio con un billete marrón de ¡cien pesetas!, me cambié de ropa, alquilé una bici en Garin (tres pesetas) y me fui yo sola hasta Endarlatsa (ni Endarlaza ni Endarlatza) , en la carretera me crucé con algún viejo coche y tuve que tener cuidado de no pisar con las ruedas las cagadas –que no olían mal- del caballo del recadista de Bera , Joxe Mari (Matxako).

La edad nos vuelve nostálgicos. Adios a nuestros años verdes en los que teníamos todo por hacer.


Josefa Maria Setién.

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