viernes, 17 de octubre de 2008

CUENTO CARLISTA

CUENTO CARLISTA.-

Adaptación libre de “La cigarrette” de Jules Claretie (Librairie Armand Colin .Paris 1929. Por Josefa María Setien.

Arakil era muy popular . En el pueblo, todos conocían su amor por la hija de Etxegarai, agricultor gipuzkoano, propietario de cinco caseríos con sus praderas, pastizales y manzanales, que le proporcionaban suficiente pasto para su ganaderia y buenas cosechas de manzana, para abastecer sus sidrerías .

Etxegarai vivía entre Hernani y el fuerte de Santa Bárbara. Se sentía muy orgulloso de su única hija, la bella Engraxi. Había que verle cuando acompañaba a su hija a la función de vísperas o a las romerías de los alrededores. Es en estos lugares , donde se “hacen” los noviazgos, hablando y riendo el corazón se emociona y la entrega es total.

Arakil, mariposeaba alrededor de las jóvenes casaderas. Era guapo y simpático, hábil pelotari, fuerte luchador, siempre dispuesto a cualquier desafío , a agujerearse la piel o romperse el cuello, tenía el enorme atractivo de poseer al mismo tiempo una talla de Hércules y una mano suave. Su inquietud le impedía vivir de la agricultura o cualquier oficio tranquilo. Frecuentaba las ferias ,donde ganaba premios en partidos de pelota , apuestas en juegos rurales y demás . Su osadía y habilidad no conocían límites.

Un lunes de Pascua , Arakil encontró en la romería de Loyola-un lugar cercano a Hernani a Engraxi Etxegarai, y según la costumbre la invitó a bailar. El baile del vals altera un poco el cerebro de los jóvenes y el acordeonista es en cierta manera el vehículo que conduce al amor. Ni Arakil ni Engraxi olvidaron su primer encuentro ni su primer baile

Desde ese día Juan Arakil, tan alegre habitualmente, se volvió taciturno, hablaba poco y se le veía sombrío. Tiburcio Etxegarai, padre de Engraxi, apenas sonreía . El diablo del amor era la causa de sus preocupaciones.

Un amor repentino, absoluto, rápido como un trueno….,eso existe. Ella soñaba con él. Arakil, solo pensaba en ella. Estaba tan triste como un jardín sin flores y el amor le corroía. ¿Por qué? Por no tener fortuna alguna y ser Engraxi una rica heredera y sobre todo porque la barrera de hierro que era el padre, había dicho a su hija que jamás le daría en matrimonio a un hombre sin más fortuna que una pelota para jugar en el frontón .

Un día Arakil fue a ver al padre Etxegarai y le dijo –Engraxi me ama .Me lo ha dicho_._Lo sé. A mi también me lo ha dicho- dijo el padre .-Yo la adoro. Estoy loco por ella. Me mataré si no consiente en nuestro amor ¿Qué debo hacer para obtenerla como esposa?.Lo que hice yo-dijo el agricultor-Trabajar y aportar al hogar lo necesario para criar una familia. No he luchado toda la vida, para dar mi hija a un corredor de romerías. Cuando vengas a decirme que has conseguido un pequeño capital y que puedes aportar tu parte de pan y sal, tendrás a mi hija, ya que ella te ama-.-Y lo que debo aportar es....cuanto? Dos mil duros ¡Dos mil duros! -dijo Araquil palideciendo -y ¿dónde conseguiré eso? Yo lo he conseguido trabajando la tierra-contestó Etxegarai-¡Busca!.

Etxegarai no era de los que cambian de opinión. Arakil debía de luchar como le decía el viejo, para alcanzar esa cifra. Engraxi no desobedecería a su padre y muy enamorada , se resignaba a esperar a que Juan consiguiera la dote exigida. En sus furtivos encuentros, no ocultaba a su enamorado que sus sentimientos hacia él, eran de los que unían a dos seres para toda la vida. Le juró sobre el misal de su madre muerta , que jamás pertenecería a ningún otro hombre ,solamente sería de él. Este juramento enardeció a Arakil, quién pensaba y se decía –Tendré esos dos mil duros. No se como pero los lograré.

Arakil se devanaba los sesos pensando en como obtener ese dinero .Se decía que entre los que emigraban a las Américas, algunos conseguían hacer fortuna, pero la idea de no poder ver a Engraxi ,aunque fuera a escondidas, le volvía loco.

Entretanto la guerra carlista ardía en el país. El general Garrido, viejo soldado liberal, se desesperaba ante los avances hacia Bilbao del general carlista Zumarraga, gran estratega , que estaba causando enormes bajas entre el ejército liberal . Había prometido una fuerte recompensa a quién fuera capaz de acabar con él.

Juan fue a ver a Garrido, quién al principio desconfió pensando que podría ser un espía, pero finalmente aceptó su propuesta de acción contra Zumarraga.

Arakil comenzó a merodear junto al campamento carlista. Su cuchillo en el bolsillo, ese cuchillo que el sabía lanzar y clavar donde se lo propusiera. Se decía a si mismo que cuando uno se juega la vida tiene también derecho a matar.

Una noche en un ataque contra los soldados de Garrido, aprovechó la ocasión y entre el desorden intentó acercarse a Zumarraga con el objeto de atacarle, pero fue tomado prisionero. El combate había sido muy violento y el propio general había resultado herido en una pierna.

Los carlistas vieron que la herida de Zumarraga era grave y no disponían de médico alguno .Un oficial se dirigió entonces a los prisioneros diciéndoles:
-¿Hay algún cirujano entre vosotros?
Los soldados se miraron entre si. No, no había cirujano alguno, todos eran soldados .
-¿Alguien que pueda hacer una cura?
Una voz se elevó-la de Arakil- diciendo que él podía curarle.
-Levántate. Dices que puedes curarle. Tu no eres soldado.
_No, no lo soy-
-¿Y que haces aquí .
-Yo iba hacia Bilbao para reunirme con mi familia. La batalla me ha impedido el paso y aquí estoy.
-¿Conoces algo de medicina?
-No, pero se hacer curas. He hecho muchas curas en las corridas de toros de nuestras fiestas.
El oficial le dijo que se adelantara y le pidió explicaciones sobre su situación.
-¿Es que no eres del País vasco? . ¿Como es que no estás en las filas del pretendiente legítimo?.
-Porque yo no estoy con nadie –contestó Arakil.
Zumarraga, de un gesto, mandó callar al oficial y mirando fijamente a Juan le dijo:
-Dices que sabes curar.¿Podrías por lo menos aliviarme? Dijo, mostrándole su pierna desnuda y ensangrentada.

Arakil se quitó la chaqueta y arrancó la manga de su camisa y sobre este improvisado vendaje y al tiempo que doblaba la tela vertió unas gotas de un líquido que guardaba en su anillo, sin que nadie se apercibiera de esta maniobra.
La mano de Arakil no temblaba mientras se arrodillaba ante Zumarraga y después de lavar su herida le colocó la tela impregnada del líquido y completó el vendaje con el resto de su camisa.
-No conocemos a este hombre-dijo uno de los oficiales carlistas.
-Es verdad-le contestó Zumarraga sonriendo- Nunca se conoce ni al médico ni al confesor.
Zumarraga se sintió aliviado tan pronto como sintió la presión del vendaje sobre su pierna y agradeciendo la intervención de Juan le dijo :
-Ahora puedes irte. Eres libre. ¿Qué más deseas?
-Nada .-contestó Arakil.
Zumarraga sacó del bolsillo de su guerrera una pitillera de paja de Manila y se la tendió a Juan:
-Guarda esto como recuerdo mío.
-No –dijo Juan.
Sonreía el herido, al decirle-Veo que no simpatizas con los servidores de don Carlos. No quieres nada de mí?-
-Si , un cigarro.
Tomó uno de la pitillera y lo guardó en su bolsillo.
-Tu nombre? –le preguntó el carlista.
-Juan Arakil!.
-Bien Arakil. Ve con Dios y espera a que entremos en Bilbao para ver a los tuyos. No tardaremos mucho. Dame la mano.
Arakil muy pálido estrechó la mano que le tendía el herido y saludando a los oficiales, despacio, sin prisa abandonó el campamento bajo la mirada del héroe carlista.

Ese mismo atardecer se presentó en el cuartel general de los liberales ante el viejo Garrido. Este estaba furioso, congestionado y enfermo, como consecuencia de la derrota de la noche anterior. Recibió a Arakil como a un perro.
-¿Qué es lo que quieres?-¿ Quien me asegura que no ha sido tu quién ha advertido a los carlistas?
-Lo que quiero mi general es hablar con Vd. a solas.
El general vio tanta decisión en la expresión de Arakil que ordenó a sus oficiales que le dejaran solo con él.

Arakil esperó un momento antes de hablar cono si le faltara el aliento. Luego se repente le dijo:
-General, Vd. me dijo que la vida de Zumarraga valía una fortuna –y ante el silencio de Garrido continuó-Hoy vengo a cobrar esa fortuna. La he ganado.
El general le miró frunciendo el ceño, preguntándose si entendía bien lo que quería decirle.
-¿Como que la has ganado?.¿Qué quieres decir?.
-Es sencillo-respondió Juan- Zumarraga no ordenará más los ataques contra sus soldados.
-¿ Está muerto?
Debe estarlo. Si no ha muerto ya, morirá antes de mañana.

El viejo Garrido, no entendiendo nada, pálido y emocionado ,quiso conocer detalles. Entonces Arakil le explicó como había espiado al jefe carlista, como había intentado acuchillarle y no habiendo sido posible, pero habiendo sido tomado prisionero simuló curarle vertiendo un poderoso veneno –que guardaba para alguna emergencia -sobre su herida.
-¿Tu has hecho eso? ¿A un herido?

Arakil enloquecido gritó que el necesitaba los dos mil duros para obtener a Engraxi Etxegarai y además el general le había dicho que Zumarraga había matado a muchas y buenas gentes y que merecía la muerte.
Si, pero la muerte en la batalla-dijo bruscamente Garrido - ¡en la batalla!
Garrido había hecho una promesa; Arakil se presentaba y reclamaba la deuda.

El general dijo:
-Es justo.
Garrido llamó a su ayuda de campo y le indicó que alojara a Arakil en la fonda y avisara al cura para una boda a la mañana siguiente.

Arakil no pudo dormir durante la noche, al amanecer se durmió ligeramente soñando con Engraxi y en su sueño entregaba a Etxegarai las piezas de oro que eran la dote de una vida y el precio de un cadáver.

Avanzada la mañana, un destacamento de soldados mandados por un sargento vino a buscar a Arakil. Le requería el general. Por la calle Mayor de Hernani , flanqueada de casas de piedra con escudos nobiliarios , llegaron a la plaza .

Hacía un tiempo espléndido, el sol calentaba los muros de la iglesia y la muralla medio derruida del Ayuntamiento. La plaza estaba llena de gente, soldados en fila, junto a la escalinata de la Iglesia , Garrido en traje de gala, muy pálido, sus oficiales junto a él y a unos pasos, bella como una santa , con su negro velo de ceremonia, Engraxi acompañada de su padre.

Arakil vio todo esto a la vez:, la tropa con sus bayonetas luciendo al sol, el general, la hermosa Engraxi y a través de la puerta abierta de la Iglesia, al fondo , el altar mayor resplandeciente de luz y oro.
Le condujeron ante Garrido.
Arakil miraba profundamente a Engraxi y ella le miraba como ausente y a Juan le pareció que el misal que tenía entre sus dedos- libro sobre el que le había jurado ser algún día su mujer-temblaba .
El general dijo :
-Que venga el cura.

El sacerdote, vistiendo una blanca capa, como si hubiera esperado la orden del general, apareció ante la puerta de la Iglesia. Se detuvo en el umbral inmóvil como una estatua, mientras que las campanas comenzaban a doblar , el alegre retoque nupcial.
Tiburcio Etxegarai,-dijo el general- aquí está Juan Arakil que posee la dote de dos mil duros ,exigidos por Vd. para entregarle a su hija en matrimonio. ¿Consiente Vd. la boda de Juan Arakil con su hija?.
El viejo Etxegarai contestó con voz enronquecida:
-Si.
-Juan Arakil –dijo Garrido- acepta Vd. tomar por esposa a Engraxi Etxegarai?
-Si, dijo Juan con voz firme.
El sacerdote esperaba para dar su bendición.
-Engraxi Etxegarai-dijo Garrido mirando a la joven-¿Acepta Vd. por esposo a Juan Arakil?
Engraxi se adelantó dos pasos hacia Juan, le miró fijamente a los ojos y respondió:
-No.
Tras los soldados, entre la gente del pueblo se oyeron exclamaciones de asombro.
-No-repitió Engraxi elevando su voz- Juré ser únicamente tuya y habiéndolo jurado nunca perteneceré a nadie .Pero no me casaré con un cobarde.

Juan Arakil la miró pálido y enloquecido. A lo lejos muy lejos en el fondo del valle se oía un toque de campanas de difuntos. Y poco a poco como si a su vez saludaran al difunto las campanas de Hernani enmudecieron, y solamente se oía el lejano toque fúnebre.
Zumarraga ha muerto-dijo el general Garrido.

Arakil miró ardientemente a Engraxi .-Ha sido por ti!.Solo por ti!
¿Que quiere Vd. que se haga con los dos mil duros?-dijo el general fríamente a Juan.
Repártalo entre los pobres. Yo no quiero para mi ninguna cruz en el cementerio.-Y añadió señalando al pelotón que le había escoltado ¿Están preparados para mí?
Arakil, no se mata a un soldado con veneno- le respondió Garrido.

Arakil se persignó se arrodilló y gritó ¡Que Dios se apiade de mí! Se levantó, tomó de su zamarra el cigarro de Zumarraga y pidió fuego al sargento, llevó el cigarro a su boca y miró por última vez a Engraxi. Esta hizo un leve ademán pero quedó inmóvil .Juan sonrió tristemente y desapareció rodeado del pelotón a quienes Garrido había dado ya una señal. Engraxi intentó verle por última vez, pero ya iba entre los soldados rodeando el muro de la iglesia.

Entretanto la gente iniciaba el rezo de difuntos en la Iglesia cuando se oyó un grito ordenando ¡fuego!. Engraxi cayó de rodillas y empezó a rezar “Aita gurea zeruetan zaudena...”,pero la descarga cortó bruscamente su rezo.

Juan Arakil estaba todavía de pie contra el muro y cuando el sargento se acercó a darle el tiro de gracia, el ajusticiado tenía todavía entre sus dedos el cigarro del que se desprendía un hilo de humo azulado, este humo sobrevivía a Zumarraga el héroe y a Arakil, el asesino.

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