sábado, 7 de marzo de 2009

"GALTZAMOTZ" INDIANUA.-

Cuando le conocí, hacía l.912, yo tenía apenas siete años y él era muy viejo. Vivía en una chabola en el monte sobre nuestro caserío. Su ocupación, entonces, era hacer carbón; siempre trabajaba en solitario y en los caseríos de nuestro entorno la gente decía que sus txondorras eran las más cerradas y que trabajaba muy bien. Era un viejo cascarrabias, al que nos gustaba hacer rabiar .Escondidos tras unos árboles a cierta distancia de su chabola, mis hermanos y yo le tirábamos piedras, aunque nunca “a dar”. El sabía que éramos nosotros y nos gritaba, pero sobre todo culpaba de nuestras barbaridades a mi hermano Joxeantón quien con el párpado izquierdo caído, tenía un cierto aspecto débil . Galtzamotz le chillaba ¡I izando itzan bai, zerri begiratu orrekin, Judas baino faltsogo!.

Mi abuelo, unos años más tarde nos contó su historia. Bautista Biurrarena “Galtzamotz”, era el tercer hijo de un caserío del valle, quién al llegar a la edad de independizarse y al no corresponderle la finca paterna, ni tener afición a ser fraile, ni querer ser críado de su hermano mayor,-tuvo- como tantos otros- que emigrar a América. En esa época, nuestros emigrantes iban a Argentina. Había ya en aquel inmenso país, generaciones anteriores de vascos y unos llamaban a otros.

Nuestro Galtzamotz, trabajó allí unos veinte años. No tuvo la suerte de enriquecerse, ya que siempre trabajó por cuenta ajena y nunca se atrevió a iniciar una actividad propia, como abrir una pequeña tienda en la ciudad, alguna pulquería etc…limitando su quehacer a guardar enormes rebaños de ganado en la gran soledad de la Pampa.

Cuando vio que tenía una edad bastante avanzada y algún dinero, añorando sin duda su valle,volvió

Siempre es dramático emigrar, pero el regreso sin el objetivo cumplido es muy amargo. Afortunadamente nuestro hombre no pensaba demasiado y tomó una actitud triunfadora. Se instaló en una habitación de la fonda y en esta invitó a toda la parentela a un gran banquete. Pronto debieron de percatarse que su caudal no era importante, ya que ningún pariente le insinuó que se casara con alguna sobrina joven, cosa que entonces era bastante frecuente. El, orgulloso no se atrevió a pretender a ninguna de las solteras jóvenes, por temor a ser rechazado. Tampoco quería una neskazarra que le hubiera acogido con los brazos abiertos. Adoptó una postura algo irónica y después de convenir un precio módico por la pensión, se instaló definitivamente en la fonda.

Desde su ventana, en la plaza, frente a la Iglesia –seguía contándonos mi abuelo- esperaba la salida de la misa de los domingos, llamaba a los hombres de los caseríos, que fueron sus compañeros de niñez y primera juventud y les invitaba a tomar vino blanco que se hacía traer por cajas de la ciudad. El no iba nunca a misa, le parecía un atraso. Vestía elastikua que era una especie de camiseta de punto, algo extraordinario entonces y unos pantalones anchos y más cortos de lo normal, de ahí su apodo. Se sentía el rey y en cierta manera deslumbraba a sus invitados, diciéndoles:
¡Zer dakizute zuek zer dan mundua!Zulo ontatik ateragabe,hemen, asto jaio eta mando bizi ¿Nonbait eran aldezute olako ardorik? Y lanzaba una especie de juramento diciendo ¡Belin.carajo! soltando una salivazo al suelo .Les cantaba canciones gauchas y presumía de saber español, cosa que los otros apenas entendían.

Un día que fue a San Sebastián, al coger el coche de línea, preguntó con arrogancia al cobrador - ¿Cuánto costa? Este le contestó –Bi errial- a lo que respondió ¡No entiendo esa edioma! Entonces el cobrador indignado le dijo –Dos pesetas- y Galtzamotz, haciéndose el americano rico, pagó sus rechistar.

Trancurrió el tiempo y a la vuelta de unos años, Galtzamotz se encontró prácticamente sin dinero y con toda dignidad dijo que ya estaba aburrido y que subía al monte a hacer carbón por gusto. Alguien le cedió una borda abandonada, en la que se instaló, debió de conseguir un permiso de tala de bosques comunales y a la edad en que sus compañeros de infancia, mecían a sus nietos y hacían las labores suaves del caserío, tales como desgranar alubia, maiz etc….él inició una nueva actividad de carbonero. Vivió bastantes años, de vez en cuando bajaba a la fonda, donde hacía una merienda, se juntaba con los demás hombres del valle, bebían sidra, cantaban bertsos; él era buen bertsolari, había tenido muchos años de soledad y meditación para aprender a improvisar. En el ocaso de su vida, dejados atrás sus años de fanfarronería, confesaba que durante su estancia en Argentina, siempre que estaba solo, hablaba y cantaba en euskera.

Una mañana, su perro ladró de una manera particular; mi abuelo que le oyó nos dijo Batista joan zaigu betiko .Fue la única vez que le oí decir su nombre de pila, sin duda se debió al respeto que le infundíó “saber” que había muerto.

Mi madre cogió nuestra yegua, puso en un cesto ornamentos de velatorio, telas especiales, candelas, etc… y subió a la chabola mientras uno de nosotros bajaba a la Iglesia a avisar al cura.

Galtzamotz se fue, dejando seis txondorras, perfectas, cuyo importe fue pagado a sus sobrinas, que según las atsuas del barrio, pudieron con eso renovar el tejado del caserío, donde nació Galtzamotz y del que tuvo que salir a ganar el amargo pan del que tiene que emigrar.
Josefa María Setién.

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