jueves, 5 de marzo de 2009

SU PRIMER CASTIGO.-

Me lo contó hace pocos días. Forma parte de sus más lejanos recuerdos de infancia. Ocurrió en 1.940, en ese pequeño pueblo de las Landas, donde vivía con su familia, llegada ahí como consecuencia de la diáspora de nuestro pueblo después de l.936.

El, que entonces tenía ocho años, llevaba ya tres, en la escuela. Era el único “espagnol” de su clase, aunque no conocía ni una palabra de castellano. En la escuela hablaba francés y en casa euskera.

Ya hacía bastante tiempo que el pueblo se había transformado. La gente estaba muy preocupada. Algunos hombres eran llevados lejos , se decía que a Alemania. Los invasores –así los llamaban- habían ocupado Francia. En el pueblo, habían habilitado un cuartel en barracones; también habían ocupado la “salle de fêtes”, el “chateau” de M.de Cassiède y algún edificio más. En cuanto oscurecía, un toque de corneta sonaba en las calles, prohibiendo a partir de ese momento, el tránsito, debiendo quedar bien cerradas todas las contraventanas para que no se filtrase luz alguna.

El cuartel estaba cerca de la estación, no lejos de la casa donde él vivía. Había otras instalaciones más importantes, cerradas con alambradas, cerca de la playa . Las vió desde fuera más de una vez, pero nadie se podía acercar. En una ocasión acompañó a su madre a la “komandatür” donde esta debía pasar un control de Documento de Identidad.

Todo esto para él tenía una gran emoción. Había desfiles de soldados que cantaban en sus marchas, ruidos de botas, campos de entrenamiento, etc..Se oía mucho la canción “Wie einst Lilí Marlen”.

Antes, las vacaciones y los domingos eran mucho más aburridos. Solo se podía hacer una cosa interesante, ir a pescar a la ría, con una botella abierta en su base, migas de pan y un cordel. Pescar le gustaba mucho, pero ahora, todo se había animado extraordinariamente. La gente hablaba excitada. Los niños estaban más sueltos, ya que los mayores en sus preocupaciones, no se ocupaban demasiado de ellos. Algunos padres de sus compañeros se habían ausentado, se decía misteriosamente que estaban en la resistencia.

La escuela seguía igual. La comida de la cantina también, aunque decían que no confiaban en seguir manteniendo la calidad y abundancia. Se hablaba ya de racionamiento; el pan, azúcar y mantequilla, escaseaban. Se decía que en Paris y Burdeos la gente pasaba hambre, pero al estar en una zona rural siempre había recursos.

Un domingo por la mañana –nunca lo olvidaría- a la salida de Misa donde había acudido con un amigo, vió en la plaza muchos soldados con uniforme de galay unos brillantes instrumentos musicales, como jamás había visto. Se alinearon en tres filas, el director se puso frente a ellos y a su mandato empezaron a tocar. Sintió una gran emoción , no podía comprenderlo, pero quedó como pegado en el suelo. Se dio cuenta que toda la gente, estaba retirándose de la plaza, incluso su compañero, pero él no podía irse de allí, estaba totalmente subyugado. Era la primera vez en su vida, que veía y oía una banda de música. Continuó allí hasta que acabó la actuación y ………. Aquella noche tardó mucho en dormirse.

Al día siguiente, en la escuela, el maestro le castigó por haberse quedado a escuchar el concierto alemán. Se sintió muy humillado; no podía comprender que los intérpretes de la maravillosa música que todavía resonaba en su corazón , pudieran ser sus enemigos.

Más tarde, con los años, fue comprendiendo esa y otras cosas, pero siempre le quedó el amargo sentimiento de no haber merecido su primer castigo.

Josefa María Setién.

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