jueves, 5 de marzo de 2009

KORNELIA.-

En 1.947, tendría…¿tal vez 60 años? A nosotros nos parecía viejísima.

Vivía sola, en una planta baja. Tenía aspecto de bruja buena y divertida. Seca, casi desdentada, llevaba sus cuatro pelos recogidos en un moño. Su vestimenta estrafalaria era la misma en verano e invierno, la diferencia era un chal y medias de gruesa lana negra, cuando hacía frío . En su cara llena de arrugas , brillaban unos ojos inteligentes , que le daban un especial atractivo. Tenía cierto aire de espantapájaros de sembrado trasplantado a la calle Larretxipi.

Su vivienda era pobre, pero tenía un baúl lleno de sombreros y telas brillantes de colores, como si en alguna época de su vida hubiera pertenecido al mundo de la farándula.

La calle era la antepuerta de su casa y ella –desde luego- la utilizaba. Sacaba una silla, zurcía sus medias con un huevo de madera, teniendo sobre su regazo una caja de hilos de colores. Partía leña con un hacha pequeña. Machacaba con un martillo la piedra de sillería que servía para limpiar el fogón. Daba de comer a algún gato abandonado, además del suyo. Barría el trozo de acera. Se sentaba al sol y nos contaba historias divertidas. No tenía nada en común con las comadres de nuestro barrio, ella era diferente. Justificaba todas nuestras travesuras y si alguna vez se enfadaba , lo más que nos gritaba era algún ¡Mukizu zikin oiek! ¡Gezurti lotsagabiak!

Su sentido del humor era extraordinario y os enseñó un montón de canciones graciosas, entre ellas la vieja canción irundarra

Oh Shanbulé María parlebu
No hay en el mundo un frescuelo como tú
Un pié, otro pié, un rodí otro rodí
Un culé y levantebu sé.

Ahora me pregunto de que viviría. Supongo que por la mañana iría a alguna casa del Paseo Colón o Mendibil a hacer labores domésticas, donde comería y luego volvería a su casa con una “xianbrera” en su bolsa, con restos de comida para su cena. Pienso que pagaría unas cincuenta pesetas por el alquiler de su vivienda. Tenía dos bombillas que generarían un recibo de Electra Irun Endara de unas veinte pesetas, un grifo de agua y un fogon donde quemaba la leña que ella misma traía del monte. A pesar de todo, ella no era pobre, no sabía lo que era la envidia y estaba totalmente liberada de la angustia de la pensión de jubilación y había conseguido casi la felicidad.

No recuerdo con exactitud como ni cuando murió, por lo que deduzco que se fue sin hacer demasiado ruido.


Josefa María Setién

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