jueves, 5 de marzo de 2009

CUENTO TURCO DE NAVIDAD.-

De Claude Farrère. 1.924. Traducción libre de Josefa María Setién. (A la memoria de Antoñita Angoso)

Ese año – como ocurre tres veces cada siglo- el ramadán turco y el diciembre cristiano coincidieron. Era la época en que los nobles perros de Constantinopla no habían sido todavía masacrados bajo pretexto de civilización. El miserioso azar que dirige a las naves y a los navegantes, había echado mi ancla justo la víspera de Navidad en la punta del Vieux Serail. Tan pronto como el sol desapareció tras las Islas de los Príncipes, pude admirar el prodigioso espectáculo de más de mil minaretes de Estambul y de Scutari, iluminados en honor del Profeta y de cincuenta campanarios de Galata y Péra, iluminados también en honor de Cristo. Las dos ciudades turcas celebraban ruidosamente el final de su ayuno. Lo mismo ocurría en los dos barrios cristianos que preparaban su fiesta de Navidad. Hasta el cielo se unía al frenesí de los hombres, ya que las estrellas brillaban y la noche de invierno era suave como una noche de `primavera.

Tal vez porque la noche era tibia….. o tal vez porque la fantasía suele ser compañera de viajeros y errantes, tuve el deseo de desembarcar, no para unirme a la muchedumbre festiva, sino todo lo contrario, necesitaba aislarme todavía más, en el silencio, lejos del ruido. Una chalupacon vela triangular bien hinchada porla brisa del sur, dirigida opuestamente al Cuerno de Oro, me llevó hacia el pontón de Haíder, negro y solitario junto a su gran bosque de cipreses. Es ahí donde acaba ba de decidir que iba a pasar esa solemne noche, solo con mis pensamientos, en el cementerio turco de Scutari.

A quien se sorprendiera por mi elección le diría que desconoce los cementerios musulmanes tan diferentes de los nuestros, ya que las gentes de ellí los utilizan paa sus paseos del viernes, que es el domingo de Mahoma y que a menudo pasan en él todo el día, hasta la puesta del sol.

Después de desembarcar en el pontón ordené a mis hombres volvieran con la chalupa al barco. Ya en tierra ví varias casas turcas cerradas, después un páramo, ahí empezaba el gran parque de enormes cipreses sin edad, que me envolvían por todas partes. A sus pies estelas funerarias adornadas de turbantes de piedra y símbolos florales. Un cementerio turco, no está alineado, escardado y rastrillado como los nuestros, no. La hierba crece a su antojo y a menudo las tumbas que han sido abiertas, no vuelven a cerrarse ya que nadie las ha querido y el enterrador las ha olvidado….

Paada la media noche me dormí Una estela prácticamente tumbada me servía de lecho, era muy estrecha y debí de agitarme en mi sueño, ya que desperté sobresaltado, había caído al suelo……pero no, no estaba en el suelo sino en el interior de una fosa abierta.

No imaginen nada macabro, era una de esas tumbas a las que me he referido antes. Pero esta estaba ocupada, no por muertos, los que ahí vivían felices ladraron protestando por mi caída sobre ellos. Eran dos perros, de esos perros pacíficos y errantes de quienes nos hablaba Loti. Sorprendidos, salieron de su guarida tan pronto como invadí su terreno en mi caída. Conociendo su raza pacífica hasta la exageración, pensé que se irían asustados por mi inoportuna presencia. No fue así, sino que volvieron hacia mi y comenzaron a ladrar con fuerza en el mismo borde de la fosa en que todavía me encontraba. Enseguida pensé que esos perros debían de tener alguna cría que habría quedado en la fosa a la que con sus ladridos reclamaban. Me equivoqué solo a medias, ya que había una cría si……pero no de perro ¡era un niño!

Si. Un bebé de apenas quince o veinte meses, a quien descubrí en el minuto siguiente. Se despertaba, casi bajo mi pecho. Un extraño azar le había depositado en esa tumba sin cadáver y dos perros errantes habiéndolo encontrado se habían acostado junto a él, para calentarle.

Tomé instintivamente al niño en mis brazos y salí de la fosa. Me acosté en el suelo y llamé a los perros para que me ayudaran con su calor a calentar al niño. Era perros turcos, perros de la más noble de las razas entre todas las razas de animales y humanas que haya creado nuestro planeta. A mi llamadavolvieron enseguida y se acostaron junto al cuerpo del niño para calentarle. Cría de perro o de hombre para ellos era lo mismo y ponían toda su consciencia y fervor para protegerle del frío y del abandono….

Yo, no dormí más. Hasta la aurora contemplé embelesado este humilde grupo, renovado desde las edades sagradas del alba del Cristianismo: dos bestias generosas protegiendo con su vida y su aliento este niño perdido, como antaño otros dos animales con la misma generosidad calentaron al niño al que la posteridad adoró…..

A la mañana siguiente un grupo de personas desconsoladas registraban todo el bosque, buscando al niño perdido. Ocurrió sencillamente que una familia turca muy numerosa, había pasado la víspera –un viernes- en el cementerio, hasta la caída de la tarde. En casa se dieron cuenta que el penúltimo de los niños faltaba. Le buscaron toda la noche……..La alegría del padre, madre, hermanos, tíos y tías, fue muy emotiva…..

¿Y los perros? La familia podía haber dado las gracias a los perros…..Estos nobles perros que habían velado con ternura al niño olvidado por los hombres……Pero la familia no pensó en nada de eso. Los perros filosóficamente se fueron, sin hacerse ilusiones……

En fin ¡quien sabe! Tampoco el Evangelio nos dice si María y José fueron con respecto al buey y asno del pesebre, tan agradecidos como Jesús hubiera deseado……


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